miércoles, 6 de julio de 2011

Lógicas del padre y de Dios. Comentario sobre el film “Crímenes y pecados”: “Crímenes... ¿y pecados?” Por Lic. Diego Luparello





El entrelazamiento de historias que la pluma y la dirección de Woody Allen nos propone gira en torno a dos personajes principales: Un prominente actor social y padre de familia que ve peligrado su status por una amante despechada, y un ignoto director de cine idealista que se ve llevado a rivalizar con un personaje exitoso que encarna todo aquello que desprecia.

Sacrificando el sesgo de comedia del film, la que protagoniza el gran Woody Allen en el papel de Cliff, deberemos enfocarnos en las vicisitudes más dramáticas, las que representa Martin Landau en el papel de Judah. Un eminente oftalmólogo que verá peligrar su prestigio profesional y social por los desbordes de su amante Dolores. Ella no esta dispuesta a terminar la relación, y tiene la intención de develar a la esposa de Judah su estatuto de amante; no solo esto, amenaza también con hacer público los desmanejos financieros de este “impoluto” filántropo.

La primera escena que hemos elegido nos introduce de lleno en la trama, Judah esta perturbado, es invitado a dar un discurso frente a su familia y sus admiradores y hace mención, particularmente, a tres significantes que convocan a esta Jornada: la religión, el Padre y Dios.

“Soy un hombre de ciencias. Siempre he sido escéptico pero me criaron muy religiosamente” ... “Recuerdo que mi padre me decía: Los ojos de Dios siempre están sobre nosotros.”
“Los ojos de Dios. Qué frase para un niño joven. ¿Cómo eran los ojos de Dios?. Supuse que serían penetrantes e intensos.”

Toda la audiencia queda capturada por esas sentidas palabras, pero lo que parece un alarde de oratoria tomará otro valor a lo largo de la trama.
Judah acudirá a estos significantes, y los irá articulando (o des-articulando) intentando tomar o validar una decisión trascendental, con el dilema moral y ético concomitante.
Hay un cuarto factor en este fragmento: la mirada, los ojos de Dios, vehiculizada por la voz del padre. Una entidad que ve, de manera penetrante e intensa. Alguien que es mirado en su acción.

Nuestro protagonista se enfrenta a un problema de difícil solución, esta amante desbordada parece no escuchar razones. Medea no vacila en sacrificar lo más preciado para satisfacer su deseo de venganza.
Judah consultará, angustiado, a dos referentes completamente distintos. Por un lado a su paciente, el rabino. Por el otro a su hermano, un poco fuera de la legalidad. Cada uno de ellos encarna un paradigma distinto, una estructura de valores que contrasta.
Uno le sugiere verdad, perdón y reconciliación. Otro propone un crimen, negación y olvido.

El rabino le dice: “A veces, cuando hay verdadero amor y el verdadero reconocimiento de un error también puede haber perdón... debes confesar el error y esperar que entienda... debes hablarlo y esperar lo mejor.”
“tu ves el mundo duro, sin valores y lamentable y yo no podría continuar viviendo sino sintiera con todo mi corazón una estructura moral con verdadero significado y perdón y cierto tipo de poder mas elevado. Si no, no habría base para saber cómo vivir.”

Judah escucha al rabino, sin embargo no parece convencido.

Cuando conversa con su hermano, Judah desliza, desde el inicio, la idea del crimen.
Cuando el hermano le pregunta ¿qué quieres que haga?, Judah contesta: “No lo sé, ella me esta matando.”. El otro va al grano: “Me llamaste porque necesitas un trabajo sucio...”

Es con un crimen, justamente, como Freud construye el mito de inicio de la Ley. El crimen del padre de la horda obliga a los hijos a pactar, y en este pacto fraterno se constituyen las leyes de intercambio y una primer forma de religión: el totemismo. He allí los comienzos de un orden ético y social.
Para Freud, la génesis del monoteísmo se funda en que “los seres humanos han sabido siempre que antaño poseyeron un padre primordial y lo mataron” (Freud 1939, pag.97)
Primero un padre, luego su crimen, y luego un acuerdo de convivencia sostenido por el símbolo (totem) de ese crimen. Mas tarde el monoteísmo, la creencia de un Dios único, que será el símbolo de un padre muerto como sacrificio en pos de una Ley.

Para eso fue pensada la religión, para curar a los hombres, es decir, para que no se den cuenta de lo que no anda” (Lacan – Discurso a los Católicos – pag 86)

Judah se dirime entre la figura del rabino, quien apela a la estructura moral sostenida por un poder mas elevado (única garantía frente a lo real, lo que no anda); y lo que representa su hermano, quien habla de un mundo donde la legalidad es una variable funcional al interés de cada quién.

Sospechamos que Judah ya tiene una decisión tomada, pero parece necesario otra conversación (esta vez imaginaria) con el rabino. En la penumbra de la madrugada, refiriendose al crimen que esta por perpetrarse, el imaginario rabino le pregunta: “¿realmente lo harías? ... ¿no crees que Dios lo ve?.”
Judah le contesta gravemente: “Dios es un lujo que no puedo darme.”

La deconstrucción esta en marcha, la secuencia: religión-Padre-Dios comienza a desarmarse parte por parte. Primero el rabino, representante de la religión, es reducido a un punto de vista relativo. (Dios es un lujo que puedo o no puedo tomar)

Ha quedado fuera de la edición, por cuestiones de espacio, pero es muy singular que la genialidad de Allen hace que en la trama, en la medida que avanza la historia, el rabino va perdiendo la vista hasta quedar completamente ciego. Aquel que como maestro podía aportar otra mirada o más luz en la oscuridad del dilema... pierde la vista.

Esta escena en la penumbra parece representar una conversación interna, entre el sometimiento a la Ley y la resistencia a responsabilizarse ante los suyos de su miserabilidad. La realización del crimen exige particularizar el mensaje del rabino.

“Sin la ley, todo es oscuridad.” Insiste el rabino.

Judah contesta: “Suenas a mi padre. ¿De qué me sirve la ley si me previene obtener justicia?”

El religioso apela a Dios y La Ley. Judah, que necesita justificar su decisión y poner en suspenso la Ley, reduce la cuestión a un padre, el suyo. La palabra de un padre (con minúsculas) es posible de relativizar en tanto se logra desconectarlo de un Otro en tanto garante de la Ley.
La singularidad de un padre reduce la universalidad del Padre, este artificio le permite a Judah dar el paso decidido a un más allá de la Ley.

“Freud no descuida, lejos de ello, al padre real. Para él es deseable que en el curso de toda aventura del sujeto exista, si no el Padre como un Dios, al menos como un buen padre.”(Lacan – Seminario 7 -Pag 219)

“Los ojos de Dios lo ven todo. No hay absolutamente nada que El no vea” le dice su padre. “Ve lo bueno y lo malvado. Los buenos serán recompensados pero los malvados serán castigados eternamente.”

Continúa la deconstrucción del segundo elemento de esta serie (religión-padre- Dios). Ya relativizado el padre a un relato particular, se le suma un recuerdo infantil que avanza en socavar la culpa y el castigo. Así nos introducimos en la anteúltima escena, retorna del pasado un almuerzo familiar. En fiesta religiosa aparece el debate sobre la necesidad de sostener un Dios en tanto garante de una legalidad en el mundo real.
Esta vez el escepticismo aparece en la figura de una tía, quién cuestiona a al padre de Judah: “No les llenes la cabeza con supersticiones. ¿Temes que si no obedeces las reglas, Dios te castigará? ”.
Alguien la increpa: “¿Estas desafiando la estructura moral de todo? ¿Qué dices, que no hay moralidad en todo el mundo?”
La tía replica: “Para los que quieren moralidad, la hay. Nada esta grabado/escrito.”

La escena es observada por un adolescente Judah, curioso testigo del relativismo al que es sometido el mensaje paterno. Argumentos que defienden el ejercicio religioso de sometimiento a una Ley, como única garantía de un orden. Contra argumentaciones que cuestionan dicho ordenamiento en nombre de un mundo real, en donde el poder ordena los elementos.
En lo onírico de la escena Judah adulto realiza una pregunta a su padre “¿y si un hombre comete un crimen?”
El padre le contesta según las escrituras: “De alguna forma será castigado”.
La tía polemiza: “Digo que si lo puede hacer sin pasarle nada y elige no molestarse por la ética, no tendrá problemas.”
Alguien increpa al padre de Judah: “¿Qué si toda tu fe está equivocada?.

Judah ha escenificado un recuerdo familiar en dónde la palabra del padre ha sido cuestionada. La Ley se torna una ley de un particular, su padre.

Solo queda el último significante de la serie: Dios.
En la última escena, Judah le relata la historia a Cliff, una historia espeluznante. Luego de todo lo cometido el hombre espera el castigo... y el castigo no aparece, no hay catástrofe que indique una pena por el crimen.
Cliff, que lo escucha atento, observa que algo falta para que esta historia sea una tragedia. Si no hay castigo divino al menos el criminal debería entregarse y pagar su culpa.

¿Entregarse?, ¿a quién?... el rabino quedó a oscuras, el padre ha sido rebatido... ¿y Dios?. Dios no se ha pronunciado...



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