Clase del 16 de junio 2012 dictada en Mardel Plata,
Muy tempranamente Freud descubre la transferencia asociada con el amor,
no bien observa de que modo sus pacientes histéricas, volcaban en su persona
esas expectativas amorosas. En “Estudios sobre la histeria” (1895), la
transferencia es entendida como “falso enlace”, dando a entender que el objeto
actual, el analista, es sustituto de otro que permanece bajo represión. La transferencia
sería efecto de una sustitución propia de los mecanismos inconscientes, del
mismo modo que los síntomas o el contenido manifiesto de los sueños, sobre los
cuales se desplaza el deseo inconsciente, desfigurando su sentido inconsciente.
Podemos decir que habría un amor primario edípico, que tendría impedido
su acceso a la conciencia por obra de la represión y aprovecharía esta
capacidad de desplazamiento de la carga libidinal para expresarse cuando se dan
las condiciones desde la realidad. La situación analítica sería una de esas
condiciones. En “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913), Freud nos dice
respecto del analizante, “…La primera meta del tratamiento sigue siendo
allegarlo a este y a la persona del médico…Si se le testimonia serio interés,
se pone cuidado en eliminar las resistencias que aparecen al comienzo y se
evitan ciertos yerros, el paciente pos sí solo produce ese allegamiento y
enhebra al médico en una de las imagos de aquellas personas de quienes estuvo
acostumbrado a recibir amor”.
Freud piensa que la transferencia positiva, es la fuerza más poderosa
con la que cuenta el analizante para vencer la enfermedad, poniendo cuidado el
médico en interpretar las transferencias erótica y hostil que impiden el avance
de la cura, tornando el amor en enamoramiento y su lógica frustración en
hostilidad. En “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), Freud le da a la
transferencia un estatuto universal al decir que “…todo ser humano adquiere una
especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las
condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como
para las metas que habrá de fijarse”. También señala que la porción
insatisfecha de las expectativas de amor de una persona se volcará hacia cada
nueva persona, en especial el analista e “insertará al médico en una de las
series psíquicas” inconscientes, en especial de la “imago paterna”. Esa
insatisfacción de amor que motoriza la transferencia también va a ser motivo de
nuevas frustraciones ahora volcadas en la figura del analista preparando el
terreno para ver surgir en la transferencia un motivo de resistencia a la cura.
Hasta acá, la transferencia y la satisfacción de la expectativa de amor
que la sustenta, motoriza el trabajo de hacer consciente lo inconsciente pero
pronto Freud se encuentra con la paradoja de que la transferencia se vuelve
resistencia y en especial, cuando las asociaciones cesan, Freud agrega en una
nota al pie, cuando “realmente faltan”, cuando se bordea un “núcleo patógeno” dirá
en otro momento y lo que emerge en su lugar es “una ocurrencia relativa a la
persona del médico”. Freud lo adjudica a una resistencia de las fuerzas que
provocaron la represión que no quieren entregar sus satisfacciones sustitutivas
en el síntoma y la fantasía. También agrega que el trabajo de penetrar hasta lo
profundo del complejo patógeno hace que las ocurrencias del material
asociativo, no bien se presten para ser transferidas sobre la persona del
médico, van a aprovechar tal desplazamiento porque sirve a la resistencia dado
que permite desfigurar una vez más, aquello no tolerado del trauma sexual.
Todos los sentimientos tiernos y amistosos, dice Freud, se remontan a fuentes
eróticas. Lo que se pone de manifiesto, en la investigación freudiana, es que
llegado un punto, las asociaciones que permiten el acceso a lo reprimido, van
cediendo su lugar a la actuación, a la puesta en acto de estas constelaciones.
Freud se va acercando a un callejón sin salida al comprobar que la
transferencia sobre el analista, inevitablemente va absorviendo lo más
intolerable de una cura y quizás lo imposible de la misma, si se pretende
conducir la enfermedad a un trauma infantil edípico que puede ser traducido a
la conciencia alcanzando una significación plena y con ello alcanzar la
solución del síntoma. Dice Freud: “…Las mociones inconscientes no quieren ser
recordadas, como la cura lo desea, sino que aspiran a reproducirse en
consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo
inconsciente. Al igual que en el sueño, el enfermo atribuye condición presente
y realidad objetiva a los resultados del despertar de sus mociones
inconscientes; quiere actuar (agieren) sus pasiones sin atender a la situación
objetiva”.
Freud reconoce las limitaciones de un método que pretende reconducir la
cura a un mero saber intelectual y a una causalidad histórica de la misma y
planteará que la lucha entre “discernir
y querer actuar” tendrá que librarse en el terreno de los fenómenos transferenciales
que permiten “volver actuales y manifiestas las mociones de amor escondidas y
olvidadas de los pacientes; pues, en definitiva, nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie”. Será el
terreno de la transferencia sobre el cual se actualizarán los conflictos dando
lugar a una “neurosis artificial”, una “neurosis de transferencia”, en la cual
se escenificarán las mociones reprimidas imposibles de recordar, que el
paciente sólo podrá valorizar, reconocer, en tanto las pueda vivenciar como
algo actual. La labor interpretativa del analista aportaría coherencia y
significación a lo olvidado poniendo un límite al principio de placer que
gobierna los procesos primarios que tienden a la satisfacción alucinatoria en
el aquí y ahora transferencial.
En “Recordar, repetir y reelaborar” (1914), Freud concluye que la labor
de rememoración tiene un límite, no todo puede ser recordado sino que el
paciente vivencia su enfermedad como algo actual y la transferencia es “una
pieza de repetición” y “la repetición es la trasferencia de un pasado
olvidado”, pasado que se encarga de aclarar, pudo haber sido nunca consciente
porque en ningún tiempo se lo advirtió. El trabajo de análisis empieza a
incluir otros elementos que un hecho real acontecido, a saber, fantasías,
procesos de referimiento, nexos, mociones de sentimientos, vivencias muy
tempranas de la infancia que en su momento no fueron comprendidas pero que
alcanzaron alguna interpretación con efecto retardado, sobre las cuales es
imposible despertar un recuerdo.
Vemos como entre la realidad a la cual se remitía en un comienzo la
enfermedad y esta última, comienza a cobrar relevancia la estructura subjetiva,
el valor de la fantasía, los recuerdos como siempre parciales y encubridores de
un pasado que no guarda ninguna continuidad sino que se retranscribe
constantemente a nivel inconsciente y una sexualidad que se expresa en
pulsiones parciales que no abarca ninguna totalidad. Por otro lado, podemos
preguntarnos que si el amor es siempre repetición de un amor original, el amor
sería indiferente al objeto sobre el cual se desplaza y si es así, ¿qué
estatuto cobra el objeto original si el objeto para el psicoanálisis es el
objeto perdido del deseo? ¿el amor es por un objeto o como plantea Lacán, el
amor apunta a un más allá del objeto, a la falta que lo constituye y que lo
torna amable?
En “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (1914), Freud,
metido de lleno en el manejo de la transferencia como pieza de repetición y
reelaboración de lo reprimido, reconoce encontrar en esta
labor, las máximas dificultades. Advierte al médico sobre no responder a la
demanda de amor del paciente pero tampoco rechazarla o desviarla, sino
reconducirla hacia sus orígenes inconscientes, “…abriendo el camino hacia los
fundamentos infantiles de su amor”. Este amor sin embargo, es tan real como
cualquier otro, no lo encuentra la resistencia sino que “lo encuentra ahí, se
sirve de él y exagera sus exteriorizaciones”, debido a la frustración que le
impone la situación analítica. El amor para Freud, es repetición de un amor infantil,
y es éste el que saca a relucir la transferencia analítica, pero el analista
debe abstenerse de “extraer de ahí una ventaja personal”, para conducir al
paciente a la renuncia de las condiciones imposibles de su demanda de amor que
le impiden su satisfacción en la realidad. Podemos preguntarnos acá, si la
demanda de amor imposible, insatisfacible, ¿no es un intento de obturar
precisamente la falta sobre la que se asienta el amor, esa nada que se da y se
recibe que es su mayor fuerza, pero también su mayor debilidad, lo que lo hace
más vulnerable? Las condiciones estructurales de la demanda de amor
incondicional que traspone el neurótico en la transferencia, van más allá de las
frustraciones o satisfacciones edípicas. ¿Cómo saber realmente lo qué sucedió
en un pasado remoto?.
En el Caso Dora (1905), Freud hace referencia a la incapacidad del
neurótico de responder a la demanda real de amor. Cuando este amor se vuelve
posible en la realidad huye, para refugiarse en su satisfacción fantasmática.
¿Por qué prefiere la fantasía a la realidad? Es el deseo del Otro dice Lacan,
enigmático e impredecible, el que
se hace presente en la demanda real de amor que le llega de la realidad, que
pondrá de manifiesto la dificultad del sujeto para constituir al otro como objeto
de deseo y para responder a su propio deseo, a lo que se suma, la compleja
relación entre amor y deseo, ya planteada por el mismo Freud.
El analista asiste en la transferencia al modo en que eso se produce
pero es un conocimiento que no implica un sujeto que lo comanda, que sabe de lo
que se defiende y aquello que teme. En la repetición fantasmática
transferencial hay que poner de manifiesto lo que el sujeto busca en ese amor
sin saberlo. La transferencia para Lacan, más que repetición de un pasado es una
puerta de acceso al deseo inconsciente con su evanescencia y a las condiciones
de constitución de su objeto como objeto siempre vuelto a encontrar pero nunca
alcanzado, lo que hace del deseo su condición de insatisfacible y del amor, una
cobertura que semblantea una satisfacción. Este semblante del amor no excluye
la satisfacción que el amor aporta para el narcisismo, pero para mantenerse sin
virar a la agresividad y el odio especular, será necesario que ese amor haga
lugar a la falta que a su vez cava sobre el narcisismo, dado que ningún amor es
completante para el sujeto.
En el Seminario 11, “Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis”, Lacan trabaja la relación entre transferencia y amor. Este es
un seminario en que Lacán se pregunta por la “causa”, no en términos de la
historia de un individuo desplegada en el discurso, dado que lo vivido son
retazos de recuerdos hilvanados en torno a una modalidad fantasmática que conforma la realidad de cada
sujeto, sino en términos de un real que causa la insistencia significante que
trae una y otra vez el relato de una historia.
Por ese motivo, la transferencia como la puesta en acto de la realidad
del inconsciente, que es sexual, trae en su repetición, no sólo algo de lo
reprimido que puede entrar en las redes del discurso, sino algo de huella
mnémica no ligada que no puede entrar en cadena, es decir en el discurso, algo
de lo real que no se pudo constituir como significante. Algo de lo sexual como
no realizado pero que intenta poner en acto ese hueso de lo real. No hay más
que la puesta en acto en la transferencia, de lo traumático. Como encuentro
fallido, con lo real.
El análisis no debe caer en el engaño al que lo conduce la demanda de
amor que encarna la transferencia, donde el sujeto intenta convencer al Otro
(analista) de ese objeto amable que desea ser. Este momento precisamente, es el
momento en que la presencia del analista se hace notoria que coincide con el
momento de cierre del inconsciente, de mayor resistencia. Momento en que el
analista se puede ver tentado de satisfacer o rechazar esa demanda de amor al
querer otorgarle apresuradamente, alguna significación. Lacan señala que no
caer en el engaño del amor es escuchar más allá de la demanda del analizante,
el deseo que esta intenta taponar y el objeto que lo causa, hacia el cual se
dirige a través de la demanda de amor.
El deseo del analista apunta al interrogante del deseo y de los avatares
de su despliegue o de los impedimentos para ese despliegue. El deseo del
analista abre la transferencia a la multivocidad del sentido en lugar de
fijarla a una significación en particular. Busca la diferencia y no la
identidad.