miércoles, 23 de mayo de 2012

Jean Allouch. "El amor Lacan" (fuente: "Imago Agenda Nº 118)

¿Puedo invitarlo, querido lector de Imago-Agenda, a compartir un ejercicio de imaginación? Tomen al psicoanalista Jacques Lacan en la desagradable postura siguiente: él inventó, no sin haber recorrido bastante largamente el dominio en cuestión y no en forma ligera, una inédita figura del amor. ¿Qué hacer con eso? Tal es la situación de partida de nuestro ejercicio de ficción.
Ustedes lo saben, a lo largo de la historia de Occidente, el amor fue declinado según un número no despreciable de figuras, habiéndose constituido algunas de ellas en objeto de reflexiones sostenidas por parte de Lacan, aunque no por parte de otros. Entre éstos últimos, se puede citar: el amor romántico, el amor loco, el amor guerrero (el amor conquista, aquel de Ovidio), el amor de la representación (Pascal), que puede igualmente ser denominado el amor según el fantasma. Por lo contrario han retenido su atención: el amor narcisista, el amor sexual (ambos de Freud), el amor platónico (el amor aristofanesco del “hacer uno”, dicho de otro modo el amor bajo la forma de un animal de dos espaldas, un animal para dormir), el amor como pacto, el amor cortés, el amor intercambio, el amor eterno, el amor al prójimo, el amor como “ser de a dos”, el amor repetición de un amor de infancia, el amor ilimitado, el amor divino, el amor extático, el amor puro y, last but non least, el amor dantesco. ¿Por qué a lo largo de casi treinta años de seminarios, ésta mensura de tantas figuras del amor? La respuesta es simple y abrupta: Lacan no aceptó esas figuras, considerando que ninguna de ellas le ofrecía la respuesta a la pregunta que se plantea todo analista dispuesto a ofrecer al analizante lo que el analizante espera de un análisis: ¿qué hacer con el amor de transferencia, cómo considerarlo? ¿Cómo conducirlo a su fin?
Todo parte de una sorpresa inaugural, perfectamente expresada por Freud y a la cual el psicoanálisis, en ese momento, no se remitió. Freud, presionado por las histéricas y su sed de no se sabe qué, inventa un dispositivo y da así lugar a una experiencia inédita. Él estaba lejos en aquel entonces de pensar que, sin haber sido invitado allí, el amor iba a desembarcar pronto, el amor o, más exactamente, lo que Lacan terminó por llamar “odioenamoramiento” (intentando así arrojar fuera del campo freudiano al falso concepto binario de ambivalencia). Ahora bien, el amor es, él mismo, una experiencia. Y jamás de los jamases, ni por causa alguna, no hubiera llegado a inscribirse en esa otra experiencia que es la experiencia analítica. Una experiencia dentro de una experiencia, he ahí lo que es el amor en el análisis. Allí está lo que merece ser llamado un acontecimiento en la historia del amor, absolutamente inédito y susceptible de arrojar un rayo de luz inédito sobre el amor indomable.
Sin duda estarán ustedes menos sorprendidos de que el recorrido por esas figuras del amor que realizó Lacan no haya tenido otro fin que descartarlas una por una. Recapitulemos rápidamente. Le reserva a Freud el haber esclarecido el carácter narcisístico del amor, pero para poder dedicarse mejor a estirarlo hacia lo simbólico. Estudia extensamente El Banquete de Platón, dando la impresión durante un tiempo que extraía de allí lo que se presentaba como una fórmula del amor, pero pronto deja caer ese bello optimismo que mezclaba un poco al amor y al deseo. Él se interesa de cerca por el amor cortés, pero es para elaborar una teoría de la sublimación. Visita al amor divino que le parece aquel más lejano al análisis de la relación del amor y del goce del Otro, pero es para reconocer allí una perversión. Va a mirar del lado de Dante, pero es para constatar que Dante payasea y contestar que nomina sunt consequentia rerum. En pocas palabras, Lacan hace limpieza. Nada de lo que ha sido históricamente propuesto, incluso puesto en obra, como figura del amor le conviene a la experiencia del amor situado en la experiencia analítica.
¿Entonces qué? Antes de responder, veamos más de cerca la configuración de nuestra ficción, es decir en qué aprieto se encuentra Lacan. Numerosas salidas, a priori factibles, son impracticables. De entre ellas, distinguiré tres.
Una primera solución comprometería a producir una teoría del amor. Sólo que no hay en Lacan teoría del amor. ¿Pensaron eso?, todo, en el análisis, no se presta a una captura teórica. Para el amor, Lacan recurrió a los poetas, a los pintores, a los mitos (que en ocasiones inventa), a ciertas fórmulas frías que no están allí sino para funcionar como slogans, soportes de un rumor, no como enunciados de los que habría lugar para dar cuenta teóricamente. Agreguen a esto ciertos lapsus sonoros y captarán que el amor habita en Lacan de otra manera que como un objeto a teorizar. Pero hay algo más decisivo aún. Algunas figuras del amor han dado lugar a teorías, otras no, lo que retorna para decir que teorizar el amor supone elegir ya un cierto tipo de amor. Hay amor con teoría y amor sin teoría. Lacan tuvo que vérselas con esta alternativa, especialmente cuando recurre a los trabajos de Pierre Rousselot, y ahí su elección es clara: deja de lado al amor físico y brinda su preferencia al amor extático, aquél que no había dado lugar a una teoría y que no había tenido necesidad de ser teorizado para divulgarse con efectividad, como una epidemia. Entonces, Lacan logró una cierta e inédita apreciación sobre el amor, lo que yo creo poder afirmar, estándole cortada la vía que hubiera consistido en ofrecerle a sus alumnos una presentación teórica acerca del tema.
Una segunda salida del aprieto, no menos impracticable, está interrumpida por... el deseo. Aquí, el problema es más retorcido. Después de Freud, que hizo de eso un uso más bien discreto, Lacan y sus alumnos han colocado fuertemente al deseo por delante. Muchos de los enunciados lacanianos dejan entender que el sufrimiento vehiculizado por el síntoma se sostiene en que el sujeto no está comprometido en la vía de su deseo, que el análisis podría entonces ponerlo allí, ofreciéndole así una curación “por añadidura”. En este sesgo, se supone que un llamado “deseo del analista” interviene en el análisis, del que algunos hacen estandarte, presentándolo como el verdadero instrumento del cambio producido en el analizante. Se olvida generalmente que, tal como ella fue presentada, la puesta en obra de ese deseo tiene como condición necesaria, en el analista, un duelo de sí mismo –un duelo bien raro a decir verdad, pero que, en todo caso, no podría dejar al amor, aunque fuera amor propio, fuera del campo de la transformación subjetiva exigida. Se ha cantado el deseo hasta el hartazgo, o más bien hasta lo que ha surgido como un hartazgo desde el momento en que habiendo cambiado el contexto cultural, el carácter subversivo de la puesta por delante del deseo se había evaporado e incluso invertido: el culto de un deseo propio para cada uno, individualizante, conveniente al capitalismo de hoy. Michel Foucault se dio cuenta muy pronto de esto, y ha creído poder obstaculizar esta rompiente haciendo jugar al placer contra el deseo. Hay allí, entonces, un problema. Por un momento, la promoción del deseo ha desatendido al amor, y Lacan mismo no ha sabido siempre distinguir bien uno del otro, incluso si estaba claro a sus ojos que había lugar como para no confundirlos. Cuestión: el abandono del amor en favor del deseo no le ha jugado una tan mala pasada al movimiento freudiano como a la práctica analítica misma. El amor tiene siempre salida para todo: el odioenamoramiento puede perfectamente reivindicar el no haber sido descuidado y, mantenido oculto en los análisis, retomar la iniciativa en la formación de los grupos analíticos y en sus enfrentamientos.
Tercer impedimento con el cual debía vérselas el Lacan ficticio que pongo en escena: la forma mediante la cual los psicoanalistas han vendido el amor en la plaza pública. Esta forma no contraviene en nada a la promoción del deseo. Simplemente, ha ocurrido que de tiempo en tiempo, los psicoanalistas han escrito y publicado acerca del amor obras que han alcanzado, en Francia y en otros países, un gran suceso editorial. Tomen El Estado amoroso de Christian David (primera edición de 1971, editado en formato de bolsillo en 1990 y luego en 2002). Ciertamente, valoriza, Freud tiene razón al ligar “el amor adulto” (¡brrrrr!) a los primeros amores edípicos, al denunciar allí la dimensión narcisista, al subrayar allí la incidencia del fantasma y de la pulsión, pero, igualmente, replica, no se podría ignorar el otro lado de las cosas, a saber el amor como creación. El amor, para usar los términos bárbaros de este señor, constituye una “personalización nueva”, una “neoestructuración original”; el amor es una “síntesis original que, cuando compromete a la pareja, permite la expresión de la aspiración sexual total”; el estado amoroso acrecienta la disponibilidad del sujeto ofreciéndole “una relajación profunda, una liberación repentina de energía hasta ese momento prisionera”. Y así todo haciendo juego... Si con eso ustedes no idealizan al amor, uno se pregunta que más o mejor habría que hacer para empujarlos allí. Se dirá que es la IPA. Pero giremos hacia François Perrier, lacaniano de la primera hora, luego lacaniano a pesar de él, tomemos su seminario sobre el amor, tan concurrido en aquella época. Vean el uso que hizo allí del término “encuentro”, nuevo soporte para una idealización no menos desenfrenada del amor. “Nosotros queremos el amor”, canta ardientemente toda la ciudad con la bella Helena (Offenbach). Perrier responde promoviendo el encuentro amoroso. ¿Pero qué encuentro? Aquel que va a fomentar su deseo de analista. A fin de caracterizar ese deseo, yo lo llamaría el deseo del peluquero de damas, de preferencia homo. El peluquero de damas prepara a la mujer para que otro hombre goce de sus encantos. Y bien, según Perrier, el psicoanalista ejerce esta misma función “de no tener que buscar para él el goce del que pretende permitir a otro el acceso en otra parte y en otro momento”. Podemos preguntarnos si Perrier no idealizaba en ese punto el “encuentro” precisamente porque de una cierta forma él no se situaba en el lugar de ese encuentro diciendo: “No, gracias, es muy poco para mí”. Así es que parece que dos de las obras psicoanalíticas más leídas estos últimos decenios hacen tentar, a los ojos de quien quiera dejarse engañar por ellas, con las maravillas del amor. Esta pendiente es fatal, Lacan lo había advertido. Él sabía que no era cuestión –no más para él como para cualquiera– de un bla bla bla sobre el amor, de escribir sobre el amor, de hacer un seminario sobre el amor, de consagrar un artículo al amor. Y no prometer más el amor a quien se tendía sobre el diván, como lo hizo imprudentemente Freud definiendo la curación como el acceso a las capacidades de amar y de trabajar.
La configuración del aprieto en el cual se encuentra Jacques Lacan se torna más clara. Ha terminado por saber cómo, psicoanalista, debía situarse respecto de los odioenamoramientos de los que era objeto, pero no puede producir de esto una teoría, ni ir más allá de ese deseo que ha promovido tan asiduamente, ni incluso hablar de amor de una manera al menos algo sostenida: él no era Erich Fromm y es posible imaginar que concebía qué aguas turbias se hubieran vertido un poco por todos lados si se hubiera puesto a pregonar que había inventado una nueva figura del amor. Helo aquí, entonces, obstaculizado.
Y más aún se lo puede imaginar porque esta obstaculización no concierne sólo a su posición de analista, sino a su vida misma. Lacan se dedicó él mismo a ligar su obra con su persona. Lo hizo fuera de su tierra, precisamente en Bruselas, donde se dirigía a eminentes... católicos. A los defensores del amor divino eterno, discretamente pero resueltamente provocador, él confiesa que su lugar en un sillón de analista, aquél donde se realiza ese duelo de sí mismo que supuestamente le permite igualarse a no importa quién, es también aquél donde anhela que acabe de “consumirse su vida” (consumir, no consumar). ¡Nada menos! Lo que hizo, se sabe. Es el gran tiempo de darse cuenta de que Lacan no fue solamente un psicoanalista sino que él no se impedía, según la ocasión, ser o al menos intervenir como un maestro espiritual. ¿Qué otro puede arrojar en las manos de quienes lo escuchan un objeto pequeño a materializado diciéndoles “Se los doy como una hostia”? ¿Qué otro sino un maestro espiritual puede, en una escuela que por otra parte ha forjado, proponer y obtener que allí sea puesto en su lugar, a su pedido, el dispositivo llamado del pase? ¿Qué otro puede enfrentar a los estudiantes revolucionarios de la universidad de Vincennes haciéndoles saber que ellos “aspiran a un amo”, pero también que preferirán su “bonanza” al garrote del amo? ¿Qué otro puede presionar a cada hijo de vecino a amar a su inconsciente, ese “saber fastidioso”? Tales gestos no dependen de una posición de analista. Lacan, incluso en sus análisis, podía operar como un amo espiritual (a ese respecto, las anécdotas no faltan).
Esa confesión tan íntima acerca de aquello a lo que consagró su vida, Lacan fue a decírselo a los que no eran sus alumnos. Había en él una estrategia del decir, lo que era lo mínimo a esperar de un practicante de la palabra. ¿Cómo va entonces, obstaculizado por lo que ha creído percibir de inédito en el lugar del amor, a hacerlo saber de todos modos? ¿Qué estrategia puede adoptar? Respuesta: tal como Pulgarcito dejando tras de sí sus piedritas, él va a destilar la cosa en pequeñas dosis “romeopáticas”, aquí y allá, sin jamás apoyar el trazo, velando para que no capten eso de lo que se trata solamente aquellos que sabrán poner ahí de lo suyo. Funciona aquí un modo de dirigirse al otro que yo presentaría, con un galimatías germánico y no sin cierta vulgaridad: demerden sie Sich! Al decírnoslo, no estaba en posición de poder. Pero atención, escuchen ese “¡despabílate!” no absolutamente sino relativamente. Tal como los maestros de las escuelas filosóficas antiguas, Lacan estaba al tanto de que el sujeto no puede despabilarse por si solo. Mejor aún, pensaba que cada uno no encuentra su libertad sino porque un otro, lejos de ser indiferente al prójimo, lejos de querer “respetar” la libertad del prójimo, se encontrará dirigido hacia la libertad del prójimo, se lanzará delante de esa libertad.
Y es entonces poniendo en obra mi libertad en el lugar del fantasma de Lacan que yo franqueo aquí mismo el paso que él no pudo dar jamás. Compuesta de imaginario y de simbólico, nuestra ficción toca ahora un punto de real. Asemejando los pequeños guijarros dispersados aquí y allá, cada uno etiquetados con la palabra “amor”, yo revelo que ellos componen una figura del amor inédita. Y aquí, mi caso y mi libertad se agravan: nombro a esta figura con su nombre, la llamo el amor Lacan.

TRADUCCIÓN: Norma Gentili
REVISIÓN DE LA TRADUCCIÓN: PP

martes, 22 de mayo de 2012

Pinceladas sobre los conceptos de Inconsciente y Repetición. (Clase en Mar del Plata), por Yiya Zaffore




Haciendo un poco de historia del término inconsciente podemos decir que la existencia de una actividad psíquica más allá de la consciencia, desde tiempos muy remotos fue objeto de reflexión.

Desde la filosofía, Descartes con su teoría del dualismo cuerpo-mente  llevaba a hacer de la consciencia (del cogito) el lugar de la razón, que se oponía al universo de la sinrazón o pensamiento inconsciente, que aparecería luego como domesticado, integrándolo a la razón o rechazado a la locura.

A lo largo del siglo XIX, la filosofía alemana (Schelling, Nietzsche, Schopenhauer) tuvo una visión del inconsciente opuesta a la del racionalismo. Señaló el lado oscuro de la condición humana, enterrada en las profundidades del ser.

Freud no fue el primero en utilizar el concepto de inconsciente. Sin embargo él le asignó una significación diferente a todos los pensadores que lo precedieron. La concepción freudiana del inconsciente era inédita.
Recordemos que para la psiquiatría de entonces el psiquismo humano era la Conciencia.

Para Freud el inconsciente no era ni una “supraconciencia” ni un “subconsciente”, es decir no era algo situado ni sobre ni más allá de lo consciente. Lo concibe como una instancia que se revela en una serie de formaciones o contenidos inconscientes, como los sueños, los chistes, los lapsus, los síntomas, loas actos fallidos, los juegos de palabras… y tenía autonomía con respecto  al  pensamiento consciente.

El inconsciente freudiano es un concepto que demarca una tópica y una dinámica deducidas de la experiencia de la cura. Es un sistema psíquico cuyos contenidos poseen mecanismos específicos. Sistema regido por leyes y con una economía de energía que le es propia.

En un sentido descriptivo, podemos puntualizar dos tipos de inconsciente que se diferencian por su dinámica y por el devenir de sus contenidos: el inc. propiamente dicho  cuyos contenidos no tenían la posibilidad de acceder a la consciencia. Y otro tipo de inconsciente  cuyos contenidos sí pueden acceder al preconciente. Estos últimos de alguna manera “burlan”  la represión.

Dentro de la primera tópica freudiana el inconsciente designa uno de los tres sistemas psíquicos que constituyen el psiquismo: Consciente-Preconsciente e Inconsciente.

En gran parte  lo inconsciente en esta primera tópica está constituído por contenidos reprimidos a los que se les  obstaculiza el acceso a lo consciente, por la censura o represión.

Saben ustedes que para Freud  la idea de pulsión es un concepto límite entre lo somático y lo psíquico. Las pulsiones de la única manera que logran acceder al sistema preconsciente es a través de sus “representantes psíquicos”. Estos investidos con energía pulsional buscan abrirse paso  hacia la consciencia a través de las modalidades de  retorno de lo reprimido.

La formación de compromiso o también llamada transaccional es la forma que adopta lo reprimido para ser admitido en la conciencia, retornando en el síntoma, en el sueño y de un modo general en toda producción del inconsciente: las re                    presentaciones reprimidas  se hallan deformadas por la represión hasta resultar difíciles de reconocer. De este modo en la misma formación pueden satisfacerse (en un mismo compromiso) el deseo inconsciente y las exigencias defensivas.

Nos enseña el Psicoanálisis que el síntoma tiene un valor de verdad en tanto que es una formación del inconsciente, es un mensaje para descifrar ya que tiene la estructura de una metáfora solidificada.

El sufrimiento por el síntoma implica un goce ligado a un más allá del principio de placer. Este padecer es la satisfacción sustitutiva de un deseo libidinoso reprimido.

Para Lacan el síntoma implica un goce engañoso que se basta a sí mismo. Apela a una dimensión de acting-out, entendida como apelación al Otro.

Freud nos señaló que el síntoma tiene como base a la fantasía inconsciente y esta es el sostén del deseo.

En el inconsciente freudiano no rige el principio de contradicción y se sostiene en el proceso primario. El inconsciente está “fuera del tiempo”. El espacio-tiempo son características del proceso secundario, categorías que derivan del ejercicio de otra dimensión de nuestro psiquismo: la Conciencia.  En palabras de Freud –cito-: “Nuestra abstracta idea del tiempo parece más bien basada en el funcionamiento del sistema percepción-conciencia y correspondiente a una autopercepción del mismo”.

La cura analítica nos revela que como señaló Freud  la vida psíquica está “saturada de pensamientos eficientes, aunque inconscientes, y que de éstos emanan los síntomas”.

Ahora recordemos que uno de los primeros modelos teóricos freudianos define al aparato psíquico como una sucesión de inscripciones de signos. Las representaciones inconscientes se hallan ordenadas en forma de fantasías, guiones imaginarios a los que la pulsión se fija, y que pueden comprenderse como genuinas escenificaciones del deseo.

La gran mayoría de los textos freudianos  anteriores a la segunda tópica (Yo-Ello- y S.Yo) asimilan lo inconciente a lo reprimido. De todos modos aún en la primera tópica, hay autores que le reservan un lugar a contenidos  que no pertenecen a la historia individual del sujeto, sino que son de origen filogenético y que constituirían el “núcleo del inconsciente.”

Esta idea se articula con la noción de fantasías originarias (Seducción, escena primaria, castración…) como esquemas preindividuales resignificados en las experiencias sexuales infantiles…

Según Freud es la represión infantil la que da lugar a la primera escisión entre el inconsciente y el  sistema Pcs-Cs.

Sabemos que para Freud el sueño es la “vía regia” al inconsciente. Los mecanismos de desplazamiento, condensación, simbolismo deducidos del sueño en su obra de 1900 “La interpretación…” son constitutivos del proceso primario y los volvemos a encontrar en otras formaciones del inconsciente como las equivocaciones orales, los actos fallidos, etc… que son equivalentes a los síntomas por su estructura de compromiso y por la función de cumplimiento de deseo.

¿Cuáles son los caracteres específicos del inconsciente como sistema?

Hay proceso primario con movilidad de las catexis, y energía libre; ausencia de negación, de duda; indiferencia a la realidad y regulación por el solo principio del placer-displacer.

El inconsciente freudiano es dinámico, Freud hizo mucho hincapié en esto. Por eso es preciso ver en las distinciones tópicas un medio para explicar el conflicto, las resistencias y la repetición.

A partir del trabajo “Más allá del…” (1920) se marca una bisagra en la teoría psicoanalítica. Se introducen modificaciones y distinciones tópicas que ya no coinciden con las de C-Preconsc e Inc. y hablamos de Ello-Yo y SYo.

En el Ello reaparecen características bastante similares a las del Inconsciente de la 1ª. Tópica. Mientras que al Yo y al Super Yo se les reconoce también un aspecto inconsciente.

¿Cuáles serían algunas de las diferencias entre el Inconsciente y el Ello?

El Ello constituye el polo pulsional; sus contenidos, expresión psíquica de las pulsiones, son inconscientes. Estos contenidos son en parte estructurales (hereditarios) y en parte reprimidos (adquiridos). Desde el punto de vista económico es el reservorio primario de la energía psíquica; desde el punto de vista dinámico, entra en conflicto con el Yo y el Super-Yo que desde un punto de vista genético, son diferenciaciones del Ello.

El Inconsciente de la primera tópica coincide con lo reprimido. En “El yo y el ello” Freud dice que la instancia represora (el yo) y sus mecanismos defensivos son igualmente en una gran parte inconscientes.   

La reestructuración de la teoría de las pulsiones y como va evolucionando el concepto del Yo implican otra diferencia. El conflicto neurótico fue definido en un principio como la oposición entre pulsiones sexuales y pulsiones del yo, estas con un papel central en la motivación de la defensa. A partir de 1920 las pulsiones del yo van perdiendo autonomía y van quedando absorbidas por una nueva conceptualización: pulsiones de vida y pulsiones de muerte.

El yo no se va a caracterizar por una energía pulsional particular, sino que la instancia del Ello incluirá desde el vamos a los dos tipos de pulsiones: de vida y de muerte.

La instancia contra la cual se ejerce la defensa ya no se define como el polo inconsciente sino como el polo pulsional.

En este sentido, el Ello es “el gran reservorio de la libido” y de un modo más general de la energía pulsional.

Freud al referirse al Ello repite la mayoría de las propiedades  que caracterizaban el sistema inconsciente y que representan un modo positivo y original de organización: funcionamiento según el proceso primario, organización compleja, estratificación de las pulsiones.

Las “mociones pulsionales contradictorias coexisten, sin suprimirse ni excluirse mutuamente”.


martes, 15 de mayo de 2012

Comentario sobre la serie “In treatment” Sophie, episodio uno Lic. Sibila Shammah[1]


Asociación Psicoanalítica Argentina.  Comisión de Interior



            Movimientos de apertura en la iniciación de un tratamiento
              La escucha orientada a la producción de una demanda.

Tomando este episodio que acabamos de ver como punto de apoyo, les propongo hacer un ejercicio clínico  que nos permita desarrollar algunas reflexiones acerca de una primera entrevista, la demanda y su contrapartida, la escucha del analista.
Así también, tomando la metáfora de Freud que compara el análisis con el ajedrez, podemos hacer el intento de puntuar en el material los  movimientos de apertura en éste, haciendo un recorrido por el desarrollo de las asociaciones y sus puntos de angustia.
Desde los tiempos de los inicios del psicoanálisis y hasta ahora, frente al material de esta primera entrevista surge la pregunta ¿Cuál es la tarea del análisis?
Sabemos que el motor del tratamiento es el sufrimiento y el deseo de sanar.
Dice Strachey que Freud fue siempre renuente a dar detalles sobre su técnica. Era escéptico del valor que pudieran tener para los principiantes.  Esta transmisión es compleja por la enorme diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, incluida en esta la personalidad del analista. Pero es claro, que las reglas sólo adquieren su valor si se comprenden y asimilan sus fundamentos: inconsciente, transferencia y sexualidad infantil. Es importante señalar también que esa asimilación depende no solo de la lectura teórica, si no fundamentalmente de la propia experiencia del análisis personal.
Así, podemos empezar a pensar en esta particular primer entrevista.
Sophie es forzada a consultar a Paul, un psicoanalista.  Ella dice que busca “su opinión profesional” sobre el accidente que sufrió y que le provocó serias fracturas.
Desde el inicio notamos que la información es vaga y poco transparente. Sophie es renuente a dar datos y a hablar de sí misma.  No es todavía “una paciente” no muestra una demanda de análisis.  Esto es algo todavía a construir, es tarea del análisis conseguirlo.
Sin embargo, ya desde el comienzo, podemos ver que el psicoanalista escucha un “ pedido latente” de ayuda, lee la escena del accidente como un pedido Inconsciente de ayuda.
En esta sesión somos testigos de los intentos del psicoanalista por generar estos movimientos de apertura del análisis.  Es decir, de la posibilidad de hacer circular alguna verdad del inconsciente, coagulada en los síntomas y actos de Sophie.
Como sabemos, el psicoanálisis renuncia a enfocar un momento o problema determinado.  Se propone estudiar la superficie psíquica que el paciente presenta en cada momento. De este modo, se proponen las reglas de asociación libre y su contrapartida, la atención flotante. Por eso no interesa con qué material comience el tratamiento,  el paciente elige cómo abre su jugada.
Es así como el psicoanalista recibe a Sophie, no se interesa por leer inmediatamente el informe que ella le presenta, se abstiene de hacerlo para, más bien, disponer al despliegue del relato.
Podemos ver la posición  que toma de seguir a Sophie en sus asociaciones, buscando el modo de “abrir”. Abrir al despliegue de un discurso y, al mismo tiempo, algún espacio en ella.  Espacio donde pueda “contener” por un rato en su interior, en el intento de elaborar y no expulsar rápidamente, su conflictiva pulsional.
Sophie, que es una adolescente de 16 años, muestra un modo de funcionamiento de tipo narcisista, en el sentido en que se presenta cerrada, defendida, desconfiada y asustada en el encuentro con el otro y consigo misma (narcisismo secundario como la vuelta de la libido sobre sí mismo) .  De un modo algo anoréxico, rechaza rápidamente el alimento que se le acerca.  Hace pensar en un tejido muy sensible, “en carne viva”, al que hay que buscar con mucho arte la forma de comenzar a tocar.
Freud alerta en su artículo : ” Recordar, repetir y reelaborar” (1914), sobre que nuestro saber acerca de lo inconsciente del paciente no es algo que él esté preparado al mismo tiempo que nosotros para recibir y que no se consiguen modificaciones si no es primero por la vía de la eliminación de la represión. Sólo que este trabajo no puede llevarse adelante sin tener en cuenta el factor decisivo en un análisis: la transferencia, a la que define como “…la más poderosa palanca del éxito…”, pero también: “ …el medio más potente de la resistencia” ( “Sobre la dinámica de la transferencia” 1912 ,p.99 ), esto es algo que fue aprendiendo con los años y la experiencia  (Dora, por ejemplo)
Así, la primer meta será para Freud  allegar al paciente al tratamiento y a la persona del médico  
Volviendo al material,  les propongo iniciar  un recorrido por los caminos que va tomando el discurso, vemos que Sophie aclara enseguida que no asistió a la consulta para una terapia.
En ese sentido el psicoanalista no atribuye mucho valor a la expectativa y discurso consciente con la que la persona se acerca a la consulta, sabe que esto no cuenta en relación a las resistencias inconscientes que lo mantienen anclado a la neurosis.
 Sophie inmediatamente hace referencia a la asistente social y a las preguntas irritantes de ésta. La piel de su psiquismo, si podemos seguir con la metáfora, es muy sensible, se irrita fácilmente, por eso, se creó una coraza y se negó y se niega a hablar, no soporta que la toquen.  Este es un primer punto de angustia, un primer indicio para el análisis.
El psicoanalista nota entonces, un esbozo de sonrisa, al describir el accidente. Se lo señala y así abre la puerta a un recuerdo: otra escena, otro accidente.
Es importante el concepto de escena para el psicoanálisis, “la otra escena“ en la que se desarrollan los sueños, esa otra realidad : la realidad psíquica, la del inconsciente. Escenas superpuestas, formas en que se desplegará y se actuará la transferencia. 
En esta otra escena hay entonces también otra mujer que  grita lo que Sophie quiere y no quiere saber: trató de suicidarse.
Es en ese momento, en que hay un intento de investigación acerca del accidente, un intento de hacerlo hablar, que Sophie ofrece el informe.  ¿Querrá entonces que Paul sepa, que se entere, de lo que ella no puede decirle?  Lo que dice a través de la asistente social o la vieja? En lugar de hablar, hace un acto, entrega el informe.  Paul, el analista, sigue buscando escuchar  y en lugar de leer pregunta.
Este es un punto de quiebre en la entrevista, Sophie no soporta la tensión y escupe, ¿podemos pensar aquí en el inicio de un despliegue transferencial?
Dice Freud en “Sobre la dinámica de la transferencia”:
“Las mociones inconscientes no quieren ser recordadas, como la cura lo desea, sino que aspiran a reproducirse con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo inconsciente” “ …el enfermo …quiere actuar sus pasiones sin atender a la situación objetiva” (p, 105, 1912)
Es decir que el analizando no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, podemos decir también: lo más doloroso. Aquello que resulta intolerable para él. Entonces lo actúa, lo produce como acción, lo repite sin saber que lo hace. Pero ésta es también una manera de recordar, cuanto mayor es la resistencia más será sustituido el recordar por el actuar-repetir.
Entonces, estamos ya en el terreno de la transferencia, como una pieza de repetición.  En” Esquema del psicoanálisis” (1940), Freud dice que a través de ella el paciente escenifica un fragmento importante de su biografía “…actúa ante nosotros en lugar de informarnos” (p.176)
En este punto del devenir de la entrevista Sophie cree ver una especie de complot entre la madre y el psicoanalista.  Le reprocha que “no suena interesado” Dice que tendría que haber escuchado las advertencias del padre con respecto a no hacer esta consulta. Se configura una escena en que Paul queda alineado con la madre –la vieja, por oposición al padre.
A la vez, se pone ahora bien de manifiesto toda su desconfianza.  El texto (ahora adelantándonos un poco, con el diario del domingo en la mano)  también  podría ser este: “los hombres ya le demostraron que en ellos no se puede confiar”. No se interesan por lo que ella siente, no hay en ellos un verdadero interés subjetivo
Y frente a la irrupción de la angustia despertada Sophie busca desaparecer, abandonar la escena, configurando así un esbozo del modo de funcionamiento que caracterizaría el tratamiento.
Ella actúa y lo obliga al analista a actuar, cosa que él acepta, metiéndose en la escena, intenta retenerla. Juega un rol.
En “Recordar, repetir y reelaborar” (1914)  dice Freud:
 “…El principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente y transformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de la transferencia.
Volvemos esa compulsión inocua y, más aún, aprovechable si le concedemos su derecho a ser tolerada en cierto ámbito: le abrimos la transferencia como la palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total y donde se le ordena que escenifique para nosotros todo pulsionar patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado” (p.156)
Puede ser que al mismo tiempo el analista haya ido construyendo la idea de que ella pide ser entendida, pide que alguien la escuche, a través del acto de entregar el informe y pedir que lo lea. Entonces su maniobra es ofrecerse a leerlo y ver qué quiere decirle ella con esto.
Es interesante ver cómo entonces se relanza el discurso de Sophie, que empieza a  moverse por el consultorio, a hacer todo tipo de comentarios y preguntas, que el psicoanalista toma como material de asociación, otra vez siguiéndolas, escuchando, señalando e interpretando.  Así, a través del  inhalador de Paul, Sophie trae la idea de la muerte.
Paul- Según lo que dice aquí parece que tú también podrías haber muerto.
Sophie- Si, eso habría resuelto muchos problemas.
Queda enunciado el conflicto y el modo de tratarlo. Otra irrupción de la angustia que lleva a Sophie a desviar el comentario hacia la vida de Paul, develándole recién ahí que conoce a su hija, que fue su compañera de grado en la primaria.
El psicoanalista la devuelve a la idea de la que ella había escapado, intentando me parece, desculpabilizarla.  De cualquier modo, ella no puede profundizar todavía en eso y responde con otra actuación:  ¿Puedo tomar agua?
Otra vez el psicoanalista toma esta escenificación como un  modo de decir, pone en palabras que ella le está contando cuan incapacitada se siente. Le habla de lo vulnerable que se debe sentir. 
Es un ejercicio interesante cómo uno puede ir metiéndose en esta sesión, como nos va llevando a entender el clima que se instala olvidándonos de que se trata de una ficción, por momentos. Ella dice:
-No vine acá por terapia, solo necesito que escriba su opinión y que les diga a ellos que no soy una loca que se arroja a los autos todos los días.
- Por eso viniste hoy, Sophie? ¿Para que te diga que estás bien? ¿Que no estás loca?  Esa es la prueba que temes fracasar?
-Debo irme ya, son menos 10
En este momento se desarrollan todas las asociaciones que conducen al padre y a Cy, el entrenador, y dejan planteadas, a través de las contradicciones del discurso una serie de interrogantes acerca de estos vínculos. Aparece el elemento de la sirena dibujada por su entrenador, figura  a la vez infantil y sexualizada, Se muestran más indicios del conflicto.
Es a través de todos estos indicios, que surgen de irrupciones de angustia, de actos, de contradicciones en el discurso, que el psicoanalista va pudiendo armar sus hipótesis e interpretar.
Podemos pensar a esta altura que Sophie se acerca a la consulta buscando un padre como el de su compañera: que la escuche y la contenga.
 Suponemos que, en cambio, ella tiene la imagen de un padre que la excita y la retiene y probablemente la empuja al acto. Muestra el deseo de un padre que no la manipule. 
A  su vez vislumbramos una vieja-madre que denuncia el problema y de la que busca alejarse.
Paul entiende esto y lo interpreta, inclusive así puede pensarse la maniobra que efectúa cuando es convocado a actuar. Es como si se dijera que le propone: no matemos la oportunidad.
 Se ofrece  así como otro capaz de contener en el ámbito transferencial sus angustias, capaz de soportarlas y sobrevivir. Intentando de este modo como lo proponía Freud  “hacerle cumplir un trabajo psíquico que tiene por consecuencia necesaria una mejoría duradera de su situación psíquica”. ( “Sobre la dinámica de la transferencia “ p.103 )
Por fin podemos concluir retomando la pregunta inicial acerca de la tarea del análisis diciendo que el método se orienta entonces, a promover frente al conflicto el trabajo psíquico de elaboración,  a través del análisis de la transferencia, intentando levantar las represiones para ofrecerle al paciente  la libertad de decidir sobre sus asuntos con libertad, velamos por su autonomía última.  En palabras de Freud “….el efecto del análisis, que no está destinado a imposibilitar las reacciones patológicas, sino a procurar al yo del enfermo la libertad de decidir en un sentido en un sentido o en otro”  (“El yo y el Ello”  1923 p 51 nota 2  )
De esta manera,  una primera entrevista apuntaría a desarrollar los movimientos de apertura dirigidos a la posibilidad  de producir una interrogación acerca de la  propia verdad inconsciente.


[1] Sibilashammah@hotmail,com

domingo, 13 de mayo de 2012

COMENTARIO DE LA PELICULA “ATRAPADO EN EL TIEMPO” Lic. Teresa Zaefferer





http://blogs.diariosur.es/el-mirador/files/marmota.jpg


Groundhog day (Atrapado en el tiempo en España y Hechizo del tiempo o El día de la marmota en Hispanoamérica) es una película dirigida por Harold Ramis y protagonizada por Bill Murray. Estrenada en 1993






COMENTARIO
“Hechizo del tiempo”, “Día de la marmota” en incesante repetición. El tiempo se detuvo, el reloj se paró, imágenes oníricas que se repiten una y otra vez.
Del dormir
Las películas  representan maravillosamente el modelo de  aparato psíquico  descripto por Freud en el cap VII de la Interpretación de los  sueños: regresión de pensamientos en imágenes con el modo de   funcionamiento  propio del inconsciente: condensaciones, desplazamientos, atemporalidad.
“El hombre al irse a dormir se despoja de los envoltorios que han cubierto su piel”.(Freud, T XIV, pag 221…).” Se desviste también de su psiquismo de la vigilia apartándose de los estímulos externos. El estado de dormir reproduce el narcisismo primitivo. La dinámica cinematográfica se asemeja al soñar: regresión en imágenes que se proyectan en una pantalla  percibidas  por una consciencia “que despierta y las ilumina” bajo la condición  de aislamiento  de los estímulos externos. Tanto en el cine como en el sueño se sostiene la ilusión de detención del tiempo real.
 “Atrapado en el tiempo” parece un sueño del que no se puede desertar: el atrapamiento en una pesadilla. Jorge Luis Borges en “Siete noches” describe la pesadilla (la pesadez) como una sensación de horror, de opresión  repetida en idéntica topografía. Causada por un demonio opresor.  Los laberintos infinitos con puertas y ventanas de espejos tan propios de Borges hablan de la circularidad: el sin salida pues uno se encuentra con su propio reflejo. En esta historia hablaremos de  encierros, sombras, reflejos, que repiten en idéntica   escenografía.
Al igual que la elaboración secundaria de un sueño, el intento de relatar, de poner en palabras  estas  imágenes tal vez nos permita ordenar lo que allí se despliega. Contar una historia es generar una secuencia temporal, intentando  articular una serie de actos aparentemente sin sentido en una trama que involucra a un sujeto: en este caso Phil Connors.
La historia
 Phil Connors  es un relator meteorológico de un noticiero. Es presentado como un hombre hosco, distante, un poco arrogante.
La primera escena es por demás elocuente: el protagonista, medio marmota,  aparece  haciendo morisquetas frente a una  plana y desprovista pantalla azul, en la que se proyectan imágenes del clima. En sus aspectos obsesivos cumple con el ideal y se siente orgulloso de eso, pero sin contacto afectivo, aislado y quejoso. Sabemos que el obsesivo no vive la vida, sino que construye un sistema para no sentir, un sistema de control de los objetos, de sí mismo, de la naturaleza. Sosteniendo una impostura, Phil cree será elegido para un mejor puesto. A pesar de su fastidio, ve a Rita su productora, algo lo conmueve pero inmediatamente se repone y continúa protestando.

Los últimos años es enviado, pese a su voluntad a cubrir en otra  ciudad  “el día de la marmota”, método folclórico utilizado en algunas ciudades agrícolas para predecir el fin del invierno y el comienzo de la primavera. Celebración que se lleva a cabo todos los 2 de febrero: en esa fecha la marmota es sacada de su sueño invernal y sobre ella recae la decisión del comienzo del la primavera. Si cuando el animal despierta el día es medianamente soleado y se proyecta su sombra éste se asusta y se repliega nuevamente, hasta 6 o 7 semanas después (coincidiendo con el 21 de marzo).
Connors realiza este viaje junto a Rita,  y a un camarógrafo. Se muestra molesto y aburrido por realizar este trabajo, no acepta estar con sus compañeros considerándose merecedor de otro destino.
 El 2 de febrero  despierta con la música de un programa radial, a las 6.00 hs, se viste, pasa por el desayunador del hotel donde  asegura con certeza del 100% que ese día partirá. Omnipotencia obsesiva en el control de los objetos. Acude a la plaza en la que realizará el  evento cuyo desenlace es el esperado: Phil (la marmota) determina que no comienza la primavera.
Las predicciones de Phil (el meteorólogo) fallan, su sistema de control obsesivo no funciona. Se avisora en el pueblo una tormenta de nieve. Connors se muestra resistente pero debe quedarse a pasar una noche más. Rechaza  la invitación de sus compañeros de trabajo mostrando orgulloso su desapego. El es diferente a los demás.
Del Narcisismo
Phil, como la marmota, está dormido. Se lo muestra arrogante y quejoso. Adjudicando al destino los infortunios de su vida. Tal como describe Freud en los excepcionales, sostiene la injusticia que con él se ha cometido. Espera un resarcimiento por la afrenta narcisista de la que se siente objeto, un ataque al amor propio. Ensimismado en su queja no se conecta con nadie. Su modo de funcionamiento refractario al estímulo externo lo transforma en una persona desagradable. No quiere reconocer ni conectarse con ningún estímulo, la prohibición imposibilita la satisfacción con el objeto. Phil, es una marmota. Tal como sostiene Freud “el neurótico hace, en nuestro tiempo, las veces de convento al que solían retirarse antaño todas las persona desengañadas de la vida o que se sentían demasiado débiles para afrontarla”(Freud, “Cinco conferencias sobre el psicoanálisis”, T.XI, pag 46)
La marmota en nuestra cultura alude al dormido, desconectado, tonto. La marmota hiberna, replegada en su cueva, aislada en un sueño profundo. Sosteniendo la ilusión de no necesitar nada. Como las células germinales, descriptas por Freud en “Mas alla ppio placer” que se comportan de manera narcisista: guardan su libido para sí mismas en calidad de reserva.  Phil no quiere gastar, ni perder nada, lo quiere reservar todo, hasta retener el paso del tiempo.
 Dice Freud en “La transitoriedad” “El valor de la transitoriedad es la escasez en el tiempo. La restricción  en la posibilidad de goce la torna mas apreciable” (1916[1915], pag 309) la pérdida y el dolor generan la desvalorización de lo bello y su menosprecio. Phil desprecia al objeto pues  éste incluye la posibilidad de su pérdida.
De la repetición
Suena la misma música del mismo programa radial, son las 6.00.
Comienza la pesadilla, Phil se despierta pero algo lo sorprende: todo es idéntico al día anterior, se repite el mismo guión: el huésped del hotel que se cruza en la escalera, el desayunador y la mucama del hotel,  el encuentro casual con un amigo adulador de la escuela que se le acerca a pesar de la distancia fóbica que Phil intenta sostener, el indigente que pide dinero, y la plaza del tan esperando evento popular. Quiere evitar el contacto.
“Imposible que termine el invierno mientras el sr marmota vea su sombra”. Dice Phil
Si la marmota  despierta y la luz proyecta su propia sombre se asusta  retorna a su estado de hibernación: sigue durmiendo.  El despertar de las excitaciones pulsionales (libidinales y agresivas) dormidas amenaza desde dentro, el mecanismo más primitivo para defenderse de ellas es tratarlas como si viniesen de afuera, es decir la proyección. Es la defensa la que lo proyecta fuera de sí convirtiendo lo interno amenazante en externo y perseguidor. En lo ominoso: la propia sombra aparece como lo desconocido,  remite a algo antiguo, propio que se enajena por efecto de la represión, desde donde retorna disfrazado.
Quizás algo amenazante despertó en él cuando vio a Rita, la imposibilidad de avanzar lo hizo replegar y defenderse.
Phil no se reconoce,  esto le  sucede mas allá de él.  En palabras de Freud,  “ ha dejado de ser amo en su propia casa”. (“Una dificultad del psicoanálisis”, 1917, pag…) Tal vez nosotros podamos reconocer  las diferentes versiones de esa repetición y encontrar en ellas algún  sentido que lo involucre.
Los diferentes personajes parecen ser desdoblamientos de Phil. Aspectos rechazados y proyectados,  no reconocidos como propios: sus dobles.
Representará el viejo la propia vulnerabilidad y dependencia que Phil se empeña en desconocer? O ¿el temido paso del tiempo? Tal vez Phil sea también  aquel mentiroso vendedor que sostiene la ilusión narcisista de tener asegurada la vida. ¿Qué le reclaman? Tampoco tolera ser Phil aquel cordial huésped del hotel, dispuesto a un encuentro tal vez temido.
Rasgos todos que  retornan desde lo reprimido. Frente a la amenaza de castración, Phil quiere sacárselos de encima: les pega, los empuja, pero retornan, insisten a pesar  de él.  Modos sintomáticos, retorno de lo reprimido que incluye tanto aquello anhelado como prohibido.
Alguna verdad de Phil deben portar, algo intolerable vienen a decirle, saben de él más que él mismo; como el superyó que sabe más del yo que el yo mismo. Una deuda parece que vienen a cobrarse. Repetición tan inevitable como pisar el mismo charco con el mismo pié.  Las burlas del destino, son en  realidad,  la representación de las imposiciones tiránicas de un superyó cruel y despiadado frente a un sujeto pasivo y sometido. Si en el repetir no se encuentran diferencias, no hay subjetivación y por ende temporalidad.
 “Phil como la marmota” , le dicen los borrachos anónimos con quienes se encuentra quienes riendo continúan: “ten cuidado de tu propia sombra” Parece que éstos algo sabían.
Siguiendo a Freud, la compulsión a la repetición es entendida como una característica universal de las pulsiones de retornar a un estado anterior. Modo de funcionamiento propio del inconsciente, buscando la identidad de percepción, la repetición de lo idéntico. La fijeza de la repetición es una muestra de la pulsión de muerte que insiste muda. Esta falta de movilidad, propia de la retracción narcisista,  es el obstáculo para el hallazgo y reconocimiento del objeto.
 Los niños piden la repetición del mismo cuento, algo los alivia dice Freud. Phil querría revivir aquel placentero recuerdo en las islas vírgenes. Sin embargo aquí no hay elección.
Cuando la insistencia se impone la repetición es vivida más allá del placer.
Esta compulsión a la repetición demoníaca  empecinada en marcar lo inevitable de un destino es algo que le pertenece, aunque se disfrace de ajenidad. Al no  registrar diferencia no permite establecer la temporalidad, es pura actuación. El desconcierto inicial de Phil va dando lugar al enojo para  terminar desenmascarando la angustia. Lo mismo ocurre con nosotros los espectadores: al principio nos genera gracia, luego fastidio hasta desembocar en una molestia angustiante, lo siniestro también se nos aparece.  Necesitamos construir un sentido que permita romper la cadena automática de repetición.

Phil, en un principio quiere aprovechar esta mala jugada del destino, pues aún no se reconoce como  parte de esta historia. Tratando de hacer uso de lo que sabe que ocurrirá roba, juega al límite, sosteniendo la ilusión maníaca de que “si no hubiera un mañana podríamos hacer lo que quisiéramos”. Se entrega casi adolescentemente a la actuación.
Sometido a un superyó (en tanto caldo de cultivo de la pulsión de muerte) que lo lanza al goce indiscriminado creyendo que de este modo se libera de la dependencia del objeto, triunfo maníaco como intento de eludir la amenaza de castración.

 “no voy a seguir según las reglas de otros”, dice eludiendo su responsabilidad en tanto sujeto deseante, se aliena en un destino del que se cree víctima
La muerte, no puede hacer tope a la repetición, Phil atormentado intenta infructuosamente suicidarse. Lo hace de  un modo mágico para así  evitar el paso del tiempo, de no rozarla.  Este  coqueteo  con la muerte sostiene la duda constante de estar vivo: una verdadera  pesadilla.
Del despertar
Comienza el despertar: Phil se detiene frente al charco, piensa y decide no volver a meter su pié en él.
Es justamente el momento de quiebre, de aparición de la angustia y la necesidad de ligarla, de encontrar un sentido, aquello que marca el comienzo de algo diferente, lo que permite salir del infortunio del destino para convertirse en hacedor de la propia historia. Este es el trabajo de la interpretación.
En esa insistencia de repetición que  intenta  frenar, va descubriendo y reconociendo su interés por  Rita. En un principio sólo quiere atraparla, pero sin correr riesgos, haciendo uso de lo que ya sabe que ocurrirá. 
Tal como sostiene Freud, la contracara del narcisismo es el amor de objeto. El reconocimiento de la alteridad, de lo diferente y también de lo idéntico.
Rita lo despierta. En un comienzo solo quiere conquistarla, cree que le pertenece,  quiere repetir con ella el mismo guión conocido. La necesita, en la versión narcisista del enamoramiento: como imagen especular y ficción de completud. En su modo obsesivo sin correr riesgos, cree que debe responder a las demandas de Rita, a lo que ella dice desear. Pero no se juega y eso se nota. Para seducirla apela a la formalidad, él no está presente allí. Rita lo rechaza, lo abofetea enojada pues descubre su impostura y falta de deseo amoroso. Phil no sabe de qué se trata el encuentro amoroso, está atrincherado en su bastión narcisista. Quiere responder exactamente a la demanda de ella, pero él no está allí
esto es el amor para vos?” llega a decirle Rita, le muestra que él solo se quiere a si mismo
De la muerte
Tal como sostiene Camus en el mito de Sisifo, la tragedia comienza cuando el héroe lo hace consciente, “Edipo obedece primeramente al destino pero su tragedia comienza en el momento que sabe”,  Sisifo crea su propio destino “bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte” Muerte/memoria/tiempo.
Pero algo  ocurre, Phil “embriagado” de su propia omnipotencia se enfrenta  cara a cara con la muerte, en un momento inesperado. Encuentra al indigente moribundo, quiere salvarlo, está seguro que siendo un “casi dios” no va permitir que ello suceda. Hasta ahora  había coqueteado con la muerte, como una burla para eludirla. Pero el hombre viejo muere. ¿Muere un padre? . En el viejo Phil ve reflejado el paso del tiempo, se le anticipa su propia muerte. Hasta ahí negaba que el viejo era el espejo desde donde retorna el futuro, el que ya no puede ser eludido.
 La expresión de la cara de Phil cambia: la  angustia se hace sentir .La muerte real, la pérdida, aparece en el horizonte como una marca, un trazo que hace que el tiempo no sea eterno. Mejor dicho que comience a correr el tiempo, el que ya no puede asegurarse.
Era viejo, le llegó su hora” le dice la enfermera  y agrega: “A veces la gente simplemente muere
Pero no hoy”, contesta Phil angustiado. Abatido, reconociendo la imposibilidad de controlar el momento de morir.
Del amor y la transferencia
Rita vivo el mismo día….necesito ayuda”
Palabras que comienzan a sonar. Aunque aún sigue creyendo en lo implacable del destino. Phil no puede reconocer que el sometimiento es interno
 Phil “le relata” a Rita lo que le sucede, necesita contarlo, incluir a otro, hacerlo con otro. Ella  se ofrece a acompañarlo, lo escucha, lo aloja amorosamente y le propone encontrar un sentido a lo que le pasa. Relatar es contar una historia, incluir el tiempo. Historizar es encontrar que hay algo de diferente en la repetición, salir del eterno presente indicativo.
Tal como sucede en amor de transferencia, el repetir se transforma en un recordar. La transferencia  escenifica la repetición y se le da un nuevo sentido. Hay un intérprete. Es justamente esta reelaboración la que permite la salida de la inercia psíquica propia de la compulsión tanática. Dice Freud “el principal recurso para domeñar la compulsión a la repetición del paciente y transformarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de la transferencia”(“Recuerdo repetición y reelaboración”, 1914, pag. 156)
Dice Phil “Cualquier cosa diferente es buena
La salida de su cautiverio, refractario a todo estimulo le abre las puertas de la satisfacción. Poder tolerar  la diferencia, el ritmo. Siguiendo a Freud, después de la conceptualización de la pulsión de muerte, el rechazo al estimulo será explicado  por el principio de nirvana, pulsión de muerte. El placer aparecerá, entonces,  ligado al reconocimiento del ritmo, de la diferencia y no de la pura descarga pulsional.(Freud, “El problema económico del masoquismo, 1924)
Invierno, primavera, verano, otoño ciclo de vida imposible de detener, ciclo que se replica para Freud en la sexualidad humana (y también en la filogenia). La pretensión de frenar el tiempo es una ficción propia del narcisismo  cuyo mayor triunfo podría pensarse que sería quedar congelado, atrapado en el tiempo.
“Eres hermosa… conozco tu rostro tan bien….” “Soy feliz ahora porque te amo. No importa lo que suceda mañana” Puede decirle al final de esta historia.
Dejan de ser los tiempos de la repetición mortífera, son los tiempos de la transferencia y del amor. El amor marca el comienzo del despertar y de la vida.
Suena el despertador, son las 6.01 del día siguiente.



miércoles, 9 de mayo de 2012

LA REPETICIÓN….Esta vez va a ser diferente Alicia Hendel




Con lo primero que se encontró Freud al abordar las psiconeurosis, fue con la insistencia del síntoma y su resistencia a ser disuadido por la labor de interpretación buscando sus motivaciones inconscientes.
El trauma, poco a poco se iba imponiendo como la roca impermeable a la interpretación: el deseo sexual inconsciente edípico demostró ser indestructible. La tarea consistiría en traerlo a la conciencia y darle otro curso haciendo evidente su imposibilidad.
Más tarde, Freud encuentra la repetición asociada a la figura del analista, como repetición en la Transferencia, como resultado del traspaso de la carga libidinal asociada a los primeros objetos de amor, volcada luego en los objetos de la actualidad. De esta manera, todo amor va a intentar repetir el primer amor.
Más profundamente, Freud llegó a vislumbrar que la insistencia, la repetición, apuntaba a algo más estructural y primario: revivir la primera vivencia de satisfacción, lograr la identidad de percepción entre el objeto deseado y el hallado. Pero lo que puede recuperar un sujeto es sólo una huella, el símbolo de una vivencia irrecuperable como vivencia (el símbolo demuestra no ser la Cosa).
La búsqueda de esta vivencia causa el deseo pero su hallazgo inscribe una pérdida, trae aparejada una decepción, una gran frustración y en situaciones determinadas, puede desencadenar una catástrofe psíquica. La angustia será su expresión más real, desde la angustia señal que permitirá apelar a defensas para amortiguarla, hasta la angustia automática, desorganizante de lo psíquico desencadenando pasajes al acto.
Lacán aporta un giro conceptual que profundiza este abordaje, ya esbozado en Freud cuando escribe el “Más allá del principio de placer”. Demuestra que la repetición es sólo un intento de repetición, dado que lo que verdaderamente se repite es la repetición como fallida, fallando en la posibilidad de recuperar esa vivencia de satisfacción completante, absoluta.
Esto no se le escapaba a Freud, dado que también él se encontró con que una vez dilucidadas las relaciones edípicas de un sujeto, sus fijaciones de goce pulsional, sus aspiraciones imposibles, sus frustraciones amorosas, había algo que no cedía a la intervención de la cura. Una vez analizada la transferencia en la figura del analista, dilucidado el infantilismo de la sexualidad en el adulto, los pacientes se resistían a abandonar algunos de sus síntomas, surgían otros nuevos o abandonaban el tratamiento cuando la transferencia negativa escalaba a límites insostenibles para la prosecución de la cura. El sufrimiento no cedía sus últimas moradas.
Es el momento en que Freud formula la pulsión de muerte: la repetición del no-encuentro, de lo traumático. Ya que no puede haber una identidad de percepción del placer total, ya que no se puede repetir ese placer añorado, la apuesta de la pulsión se dirige a la insistencia del displacer, a hacer del displacer un medio de goce.
El ser humano es finito, su placer tiene límites pero tiene apetito de traspasarlos. Ese impulso, lleva a la repetición. Al mismo tiempo tiene ansia de Ley, de límite, algo que frene, acote su impulso hacia el goce.
Lacán pone el acento en que el objeto al que se intenta recuperar y la experiencia de goce que se desea revivir, es un imposible, es el objeto perdido de la primera vivencia de satisfacción, es un agujero que padece la estructura subjetiva por depender del lenguaje y el malentendido al que éste conduce, en tanto es por allí por donde todo sujeto tiene que significar su propia existencia y la del mundo que lo rodea.
No hay objeto original, primero, hay una falta de objeto que posibilita el mundo de todos los objetos, de allí que a mayor repetición, más se hace visible esa falta de objeto original, el que daría la satisfacción ansiada y nos libraría de la castración. Más se presentifica el vacío de objeto que desencadena la angustia Ese objeto que debe faltar para que haya objetos, se vuelve el más buscado, el único y su falta es insoportable, al fallar la operación de la castración que inscribe esa ausencia convirtiéndola en causa del deseo.
Algo podemos hacer con esta compulsión que busca la repetición de lo igual pero que encuentra la diferencia de forma traumática, dolorosa en extremo. En las vueltas de la repetición, en cada reiteración significante del relato en un análisis, se produce un desprendimiento de ese goce supuesto, una inscripción de esa diferencia, atemperada y tolerable para el sujeto, siempre y cuando el analista haga lugar a esa falta, es decir, el analista mismo pueda asumirla de modo atemperado. Esa inscripción hace legible el trauma de la pérdida.
Una analizante repite la vivencia de enamorarse de hombres muy seductores y abandonantes, siendo la infidelidad un rasgo que los caracteriza. Dice no poder evitarlo a pesar de reconocer que no es lo que siempre quiso para su vida, que se da cuenta que esas relaciones la dañan y le traen sufrimiento. Las asociaciones que se van encadenando permiten ver algunas de las condiciones de goce subyacentes.
La insistencia en armar parejas tan frustrantes, se apoya en la fantasía de que si ese hombre permaneciese junto a ella, “no necesitaría nada más, él cambiaría”. En esta frase, ella quiere decir que él no necesitaría nada más pero vemos que también puede ser adjudicada al sujeto de la enunciación que la representa a ella en ese momento. Se expresa esa aspiración de localizar en ese hombre el objeto de todos sus anhelos. Luego agrega que “no necesitaría otra mujer” ya que junto a ella, sería distinto. Vemos que ella se puede valorizar frente a hombres que no permanecen con ella lo que abre todo el tema de su posición como mujer, como objeto de deseo y la “otra mujer” como imagen especular que reforzaría su femineidad.
Más profundamente, surgen fantasías que trasportan un deseo reivindicativo, dado que si él la elige y se queda con ella, logra triunfar sobre todas las mujeres, las competidoras que hoy se lo roban. En su historia, eran sus medio-hermanas, hijas de un matrimonio anterior de su padre, las que según ella, le ganaban la partida y frente a las cuales se sentía en inferioridad de condiciones.
La repetición de situaciones que conducen al dolor y el sufrimiento psíquico, siempre se presentan como no deseadas por el propio sujeto. Podemos decir, que son intentos de borrar el trauma mediante la repetición de lo traumático, en un intento de que esta vez, va a ser diferente.