jueves, 5 de abril de 2012

Sobre la repetición


La repetición, una encrucijada de la transferencia                                 Isabel Dujovne
“(…) la compulsión de repetición, (…) nos aparece como más originaria, mas elemental, más pulsional que el principio del placer que ella destrona”.
 “La compulsión a la repetición (…) no es diferente de la de los neuróticos a pesar de que tales personas nunca han presentado signos de un complejo neurótico tramitado mediante la formación de síntoma”. (Freud 1920).
Las referencias citadas ponen en tensión los efectos en la clínica de la inclusión de la pulsión de muerte en el psicoanálisis y su articulación con otros conceptos básicos.
La repetición ha sido para Freud la manera de expresión de la insistencia del inconsciente, tanto de lo reprimido propiamente dicho como del “otro primordial inolvidable”, absolutamente irrecuperable para la conciencia. (Freud, 1896).
Por lo tanto desde el comienzo del pensamiento freudiano la repetición incluye esta doble determinación. Doble determinación que puede expresarse como repetición de los signos bajo las coordenadas del principio del placer o, como  escenificación que se muestra de lo que está más allá del principio del placer. Esta mostración es al mismo tiempo la posibilidad de inclusión en la trama del principio del placer, de aquello que lo rebalsa como suplemento y que a partir de 1920 será nombrado como pulsión de muerte, la pulsión por excelencia. De esta manera lo no representado ni representable se vehiculiza a través del lenguaje que siempre dejará un resto no simbolizable.
Como sabemos vastos sectores del psicoanálisis vieron en “Más allá del principio del placer” el pesimismo de Freud resultante de la guerra  o, una metáfora biológica de poca significación.
Hoy, la polémica en torno a la pulsión de muerte sigue vigente aunque se ponga de manifiesto con otras coordenadas. Una cuestión abierta por ejemplo, es cuál es el límite de la representación y más allá de ello cuál es el límite de lo interpretable.
Rescatamos del texto de 1920 que el placer entendido como disminución de tensión no conduce a ninguna satisfacción. Por el contrario la única satisfacción posible es la que pasa por el camino del deseo, camino abierto en la brecha de la imposible identidad de percepción ya que el objeto no puede encontrarse porque no es posible la investidura plena de la percepción.
Para Freud insiste una pregunta: ¿En que consiste el placer si no se trata de disminución de la tensión? Y su respuesta pasa por  ganancias de placer de otra índole, en las que incluye el juego, y la imitación artística de lo doloroso como se observa en la tragedia. A partir de aquí toma preeminencia lo estético sobre lo biológico y lo económico y, las satisfacciones sustitutivas siempre parciales, así como la sublimación como manera privilegiada de satisfacción pulsional.  Ello tiene como consecuencia una nueva clínica coherente con la complejización de los conceptos de transferencia y resistencia y otra manera de pensar el lugar del analista en la cura.
No es lo mismo suponer que ante el padecimiento del sujeto que nos consulta el análisis debe completar el saber faltante que, entender la travesía analítica como una destitución del saber. Lacan al ubicar a Freud en la herencia cartesiana señala que la originalidad del psicoanálisis radica en un posicionamiento diferente frente al saber.
La pulsión y su correlato desiderativo imponen otro orden en el cual el sujeto es llamado a “hacer” algo con ello; un sujeto que no siempre se presenta con un síntoma constituido. Como dice Freud parece que un destino los persiguiera y, sin embargo el psicoanálisis siempre juzgó que ese destino era autoinducido. Por lo tanto uno de los desafíos que le competen al analista es ubicar al sujeto en la responsabilidad que le cabe en ese destino. Es esta nuestra manera de leer el consejo freudiano de que el analista se haga cargo  del “trabajo solicitante de la cura”  para poner en juego el llamado “destino” en tanto subsidiario de los ideales que el análisis permite desgastar. La pulsión de muerte no solo es lo pulsional por excelencia, sino que la misma es inherente a la condición humana, independientemente de la presentación o no de síntomas neuróticos. En la misma línea el trauma, núcleo mudo de la repetición insiste de maneras más o menos ruidosas  con sus variantes epocales ante las cuales la cultura exige hoy respuestas rápidas. (Diario “La nación”,2007)
En publicaciones psicoanalíticas referidas a la práctica actual, se observa un agrupamiento de los llamados “pacientes de hoy” .Los mismos no presentan síntomas psicoanalíticos clásicos y su modalidad de repetición estaría comandada por la pulsión de muerte. Patologías narcisísticas, pacientes borderline, son maneras de nombrar una categoría especial de pacientes en los cuales domina la repetición del vacío que no se puede subjetivar. Un vacío que sería diferente al núcleo de la repetición freudiana o que estaría más allá del mismo. Es en estos pacientes en los que se indica un cambio en el dispositivo en el cual el analista suministra desde si lo faltante. En ese caso el analista da algo que posee desde su saber teórico o contratransferencial. Hay aquí un doble riesgo: que el analista quede entronizado en el lugar del ideal y, que de esa manera vuelva el “destino” pero ahora transformado en ideal de la cura.
La imposible reproducción de lo mismo lleva a un cambio en las presentaciones con las consiguientes variaciones en el encuadre. Pero los conceptos básicos como el de inconsciente en tanto saber no sabido, fundan la praxis del psicoanálisis y determinan su diferencia con otras prácticas médicas o psicológicas en las cuales el saber está del lado de aquel que lo practica.
Dado que el psicoanálisis es una praxis que se define como una manera de tratar lo real por lo simbólico (Lacan 1964), los supuestos fundantes de la práctica de cada analista forman parte de la polémica que estamos planteando en relación a la posición del analista en el inicio y el sostenimiento de la transferencia.
La pregunta que planteo en el núcleo de la encrucijada transferencial es si “esos pacientes” no constituyen una categoría a priori, que genera un conjunto homogéneo de individuos resultante de cierto vasallaje del discurso psicoanalítico al discurso social en el cual domina el agrupamiento según diagnósticos objetivantes y el desconocimiento de la singularidad subjetiva.
En mi lectura de Freud el trauma, implica por definición un vacío de significación, e insiste más allá del principio del placer. Insistencia comandada por la pulsión de muerte, la pulsión por excelencia al decir de Freud; núcleo mudo constitutivo del inconsciente, motor del deseo, y base de toda actividad sublimatoria.
La “ampliación” del campo de lo no representable no es sin consecuencias. A mi entender modifica el concepto de repetición que es indisoluble del de inconsciente y cambia la concepción de la transferencia y el lugar que le cabe al analista en la cura.
Lacan separa el concepto de repetición del concepto de transferencia; (Lacan 1964) no llega a la repetición a partir de la transferencia como lo hizo Freud, sino que va construyendo el concepto de la transferencia en función de los desarrollos sobre el inconsciente, la repetición y la pulsión. La transferencia que no está garantizada de entrada se instala a partir de la suposición de saber en el analista que no lo encarna sino que se ubica en ella como objeto. El analista tiene pues una doble posición; como objeto a y como semblante de saber, posición  que pone en acto que el saber está en el decir.
Es este lugar del analista lo que permite el trabajo desde la transferencia a la pulsión, en función de un operador que es el “deseo del analista” que obra utilizando el designio de la repetición para el trabajo analítico.  Tal como lo propone Freud al definir la “Durchaibeitung”, se trata de enfrascarse en la resistencia para producir lo nuevo en los caminos consabidos. (Freud,S.,1914)
El destino, en tanto mandato sin palabras del superyó, implica la intrusión de un  Otro pleno que, a la manera de un dios inasible maneja las piezas de la vida del sujeto y lo aleja de la vía del deseo. El vaciamiento de la causa abre la posibilidad de un encuentro azaroso en el cual la singularidad escriba su propia marca.
Atravesar el Ideal y por consiguiente atravesar el destino conlleva la constitución de un límite al saber tanto en el analizante como en el analista. (Dujovne I, Paulucci O., 2006). Un límite que por ser de estructura, no admite su completamiento. Por el contrario ese mismo límite implica la posibilidad de una repetición que ante la caída del Otro y sus ideales genere lo diferente en lo que era pura identidad.

Bibliografía:
-Diario La Nación: “Cuánto debe durar una psicoterapia?”. Edición del 4/8/2007.
-Dujovne I. “Recorridos de la cura:del nombre a la causa vacía”. En Saber del límite. Letra viva. Buenos Aires 2006.
-Dujovne I, Paulucci O.: “Saber del límite” en Saber del limite. Letra viva. Buenos Aires.2006.
Freud S.:”Correspondencia con Fliess”. Carta 52. En A.E. I, Buenos Aires, 1982.
            “Recordar, repetir y reelaborar”. En A.E. XIV, Buenos Aires, 1979.
            “Más allá del principio del placer”. En A.E. XVIII, Buenos Aires, 1972.
Jones E.: Vida y obra de Sigmund Freud.
Lacan J.:”La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos I, Siglo XXI, México, 1972.
            El seminario Libro XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Barral. Barcelona, 1977.
            El seminario libro XVII. El reverso del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires 1992.
            “El saber del psicoanalista”. Enapsi. Buenos Aires. Publicación para circulación interna.

Resumen:
A partir de una lectura de Freud y de Lacan, el trabajo plantea una polémica en torno a los conceptos de pulsión de muerte y repetición y su incidencia en la clínica psicoanalítica.
Las nociones puestas en juego son: el lugar del saber, la posición del analista en la transferencia, los límites de  la interpretación y las diferencias en la dirección de la cura de los así llamados “pacientes de hoy”.

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