La
repetición, una encrucijada de la transferencia Isabel Dujovne
“(…)
la compulsión de repetición, (…) nos aparece como más originaria, mas
elemental, más pulsional que el
principio del placer que ella destrona”.
“La compulsión a la repetición (…) no es diferente de la de los neuróticos
a pesar de que tales personas nunca han presentado signos de un complejo
neurótico tramitado mediante la formación de síntoma”. (Freud 1920).
Las referencias
citadas ponen en tensión los efectos en la clínica de la inclusión de la
pulsión de muerte en el psicoanálisis y su articulación con otros conceptos
básicos.
La repetición ha
sido para Freud la manera de expresión de la insistencia del inconsciente,
tanto de lo reprimido propiamente dicho como del “otro primordial inolvidable”,
absolutamente irrecuperable para la conciencia. (Freud, 1896).
Por lo tanto desde
el comienzo del pensamiento freudiano la repetición incluye esta doble
determinación. Doble determinación que puede expresarse como repetición de los
signos bajo las coordenadas del principio del placer o, como escenificación que se muestra de lo que
está más allá del principio del placer. Esta mostración es al mismo tiempo la
posibilidad de inclusión en la trama del principio del placer, de aquello que
lo rebalsa como suplemento y que a partir de 1920 será nombrado como pulsión de
muerte, la pulsión por excelencia. De esta manera lo no representado ni
representable se vehiculiza a través del lenguaje que siempre dejará un resto
no simbolizable.
Como sabemos vastos
sectores del psicoanálisis vieron en “Más allá del principio del placer” el
pesimismo de Freud resultante de la guerra o, una metáfora biológica de poca significación.
Hoy, la polémica en
torno a la pulsión de muerte sigue vigente aunque se ponga de manifiesto con
otras coordenadas. Una cuestión abierta por ejemplo, es cuál es el límite de la
representación y más allá de ello cuál es el límite de lo interpretable.
Rescatamos del
texto de 1920 que el placer entendido como disminución de tensión no conduce a
ninguna satisfacción. Por el contrario la única satisfacción posible es la que
pasa por el camino del deseo, camino abierto en la brecha de la imposible
identidad de percepción ya que el objeto no puede encontrarse porque no es
posible la investidura plena de la percepción.
Para Freud insiste
una pregunta: ¿En que consiste el placer si no se trata de disminución de la
tensión? Y su respuesta pasa por
ganancias de placer de otra índole, en las que incluye el juego, y la imitación
artística de lo doloroso como se observa en la tragedia. A partir de aquí toma
preeminencia lo estético sobre lo biológico y lo económico y, las satisfacciones
sustitutivas siempre parciales, así como la sublimación como manera
privilegiada de satisfacción pulsional. Ello tiene como consecuencia una nueva clínica coherente con
la complejización de los conceptos de transferencia y resistencia y otra manera
de pensar el lugar del analista en la cura.
No es lo mismo
suponer que ante el padecimiento del sujeto que nos consulta el análisis debe
completar el saber faltante que, entender la travesía analítica como una destitución
del saber. Lacan al ubicar a Freud en la herencia cartesiana señala que la
originalidad del psicoanálisis radica en un posicionamiento diferente frente al
saber.
La pulsión y su
correlato desiderativo imponen otro orden en el cual el sujeto es llamado a
“hacer” algo con ello; un sujeto que no siempre se presenta con un síntoma
constituido. Como dice Freud parece que un destino los persiguiera y, sin
embargo el psicoanálisis siempre juzgó que ese destino era autoinducido. Por lo
tanto uno de los desafíos que le competen al analista es ubicar al sujeto en la
responsabilidad que le cabe en ese destino. Es esta nuestra manera de leer el
consejo freudiano de que el analista se haga cargo del “trabajo solicitante de la cura” para poner en juego el llamado
“destino” en tanto subsidiario de los ideales que el análisis permite
desgastar. La pulsión de muerte no solo es lo pulsional por excelencia, sino
que la misma es inherente a la condición humana, independientemente de la
presentación o no de síntomas neuróticos. En la misma línea el trauma, núcleo
mudo de la repetición insiste de maneras más o menos ruidosas con sus variantes epocales ante las
cuales la cultura exige hoy respuestas rápidas. (Diario “La nación”,2007)
En publicaciones
psicoanalíticas referidas a la práctica actual, se observa un agrupamiento de
los llamados “pacientes de hoy” .Los mismos no presentan síntomas psicoanalíticos
clásicos y su modalidad de repetición estaría comandada por la pulsión de
muerte. Patologías narcisísticas, pacientes borderline, son maneras de nombrar
una categoría especial de pacientes en los cuales domina la repetición del
vacío que no se puede subjetivar. Un vacío que sería diferente al núcleo de la
repetición freudiana o que estaría más allá del mismo. Es en estos pacientes en
los que se indica un cambio en el dispositivo en el cual el analista suministra
desde si lo faltante. En ese caso el analista da algo que posee desde su saber
teórico o contratransferencial. Hay aquí un doble riesgo: que el analista quede
entronizado en el lugar del ideal y, que de esa manera vuelva el “destino” pero
ahora transformado en ideal de la cura.
La imposible reproducción
de lo mismo lleva a un cambio en las presentaciones con las consiguientes
variaciones en el encuadre. Pero los conceptos básicos como el de inconsciente
en tanto saber no sabido, fundan la praxis del psicoanálisis y determinan su
diferencia con otras prácticas médicas o psicológicas en las cuales el saber
está del lado de aquel que lo practica.
Dado que el
psicoanálisis es una praxis que se define como una manera de tratar lo real por
lo simbólico (Lacan 1964), los supuestos fundantes de la práctica de cada
analista forman parte de la polémica que estamos planteando en relación a la
posición del analista en el inicio y el sostenimiento de la transferencia.
La pregunta que
planteo en el núcleo de la encrucijada transferencial es si “esos pacientes” no
constituyen una categoría a priori, que genera un conjunto homogéneo de
individuos resultante de cierto vasallaje del discurso psicoanalítico al
discurso social en el cual domina el agrupamiento según diagnósticos
objetivantes y el desconocimiento de la singularidad subjetiva.
En mi lectura de
Freud el trauma, implica por definición un vacío de significación, e insiste
más allá del principio del placer. Insistencia comandada por la pulsión de muerte,
la pulsión por excelencia al decir de Freud; núcleo mudo constitutivo del
inconsciente, motor del deseo, y base de toda actividad sublimatoria.
La “ampliación” del
campo de lo no representable no es sin consecuencias. A mi entender modifica el
concepto de repetición que es indisoluble del de inconsciente y cambia la
concepción de la transferencia y el lugar que le cabe al analista en la cura.
Lacan separa el
concepto de repetición del concepto de transferencia; (Lacan 1964) no llega a
la repetición a partir de la transferencia como lo hizo Freud, sino que va
construyendo el concepto de la transferencia en función de los desarrollos
sobre el inconsciente, la repetición y la pulsión. La transferencia que no está
garantizada de entrada se instala a partir de la suposición de saber en el
analista que no lo encarna sino que se ubica en ella como objeto. El analista
tiene pues una doble posición; como objeto a y como semblante de saber,
posición que pone en acto que el
saber está en el decir.
Es este lugar del
analista lo que permite el trabajo desde la transferencia a la pulsión, en
función de un operador que es el “deseo del analista” que obra utilizando el
designio de la repetición para el trabajo analítico. Tal como lo propone Freud al definir la “Durchaibeitung”, se
trata de enfrascarse en la resistencia para producir lo nuevo en los caminos
consabidos. (Freud,S.,1914)
El destino, en
tanto mandato sin palabras del superyó, implica la intrusión de un Otro pleno que, a la manera de un dios
inasible maneja las piezas de la vida del sujeto y lo aleja de la vía del deseo.
El vaciamiento de la causa abre la posibilidad de un encuentro azaroso en el
cual la singularidad escriba su propia marca.
Atravesar el Ideal
y por consiguiente atravesar el destino conlleva la constitución de un límite
al saber tanto en el analizante como en el analista. (Dujovne I, Paulucci O.,
2006). Un límite que por ser de estructura, no admite su completamiento. Por el
contrario ese mismo límite implica la posibilidad de una repetición que ante la
caída del Otro y sus ideales genere lo diferente en lo que era pura identidad.
Bibliografía:
-Diario La Nación:
“Cuánto debe durar una psicoterapia?”. Edición del 4/8/2007.
-Dujovne I.
“Recorridos de la cura:del nombre a la causa vacía”. En Saber del límite. Letra
viva. Buenos Aires 2006.
-Dujovne I,
Paulucci O.: “Saber del límite” en Saber del limite. Letra viva. Buenos
Aires.2006.
Freud
S.:”Correspondencia con Fliess”. Carta 52. En A.E. I, Buenos Aires, 1982.
“Recordar,
repetir y reelaborar”. En A.E. XIV, Buenos Aires, 1979.
“Más
allá del principio del placer”. En A.E. XVIII, Buenos Aires, 1972.
Jones E.: Vida y
obra de Sigmund Freud.
Lacan J.:”La
dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos I, Siglo XXI,
México, 1972.
El
seminario Libro XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Barral. Barcelona, 1977.
El
seminario libro XVII. El reverso del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires 1992.
“El
saber del psicoanalista”. Enapsi. Buenos Aires. Publicación para circulación
interna.
Resumen:
A partir de una
lectura de Freud y de Lacan, el trabajo plantea una polémica en torno a los
conceptos de pulsión de muerte y repetición y su incidencia en la clínica
psicoanalítica.
Las nociones
puestas en juego son: el lugar del saber, la posición del analista en la
transferencia, los límites de la
interpretación y las diferencias en la dirección de la cura de los así llamados
“pacientes de hoy”.
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